Un profesor imparte clase en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. (Foto: Antonio Xoubanova) |
Los salarios son bajos y los profesores trabajan poco. Como con el huevo y la gallina, nadie sabe cuál de estas dos tristes circunstancias es consecuencia de la otra, pero lo que tienen claro los expertos es que ambas configuran un círculo vicioso en el que se aletarga, quién sabe por cuanto tiempo, la Universidad española. El salario de un profesor asociado, figura reconocida por la Ley universitaria como especialista de reconocida competencia, está muy por debajo de lo que establece en España la Confederación Nacional de la Construcción por convenio como salario mínimo de un peón: 13.500 euros brutos al año, frente a los 10.800 de un profesor asociado del máximo nivel. Pero como en todo, en la generalizada 'miseria' del profesorado también hay grados, que dependen sobre todo de la antigüedad y de los distintos complementos que ofrece cada comunidad autónoma. Lo más llamativo es que, en todos los niveles, nuestros profesores están peor pagados que sus vecinos europeos y de otros países con una riqueza similar a la española, según muestran las estadísticas. Si la remuneración mide el reconocimiento de una sociedad por el trabajo de los profesionales de la enseñanza, España no sale bien parada. Y un profesional poco reconocido es, salvo honrosos ejemplos de voluntad hercúlea, un trabajador desganado y poco productivo. «Los sueldos de los profesores de Educación Superior en España son los más bajos en toda Europa del Oeste. En Portugal, con un coste de vida un 25% más bajo que España, también son superiores», indica José Ginés Mora, profesor del Centro de Estudios de Educación Superior (CHES, por sus siglas en inglés), perteneciente a la Universidad de Londres. Para este experto en gestión, «sería conveniente pagar más», pero también «exigir más y tirar a unos cuantos a la calle» con el fin de lograr una mejor formación del profesorado universitario en España. El problema, de hecho, no se limita para Mora en unos sueldos bajos, sino que el sistema necesita otro tipo de reformas. «Un sistema de incentivos y pluses a la productividad sería lo recomendable», argumenta. En términos similares se manifiesta Francisco Sosa Wagner, escritor y catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de León: «Mi idea es que el profesor está mal pagado, un catedrático de reciente ingreso no suele llegar a los tres mil euros al mes». Y, claro, las comparaciones suelen ser odiosas: «En Alemania se gana, en términos generales y aunque hay diferencias, prácticamente el doble. Ahora bien, sin que en Alemania sean tampoco agobiantes las obligaciones, allí se trabaja más. Aquí se cobra poco a cambio de trabajar también poco», concluye el profesor Sosa Wagner. Parece que el Ministerio de Ciencia e Innovación, que está ya trabajando en un nuevo Estatuto para el personal docente universitario, también apunta en esta misma dirección: hay que potenciar los incentivos para ganar en productividad. El secretario de Estado de Universidades, Màrius Rubiralta, y el director general de Universidades, Felipe Pétriz presentaron ayer mismo el borrador del mencionado Estatuto del Personal Docente e Investigador (PDI), sobre el cual se iniciará ahora el proceso de negociación con las universidades y demás sectores implicados. MÉRITOS. El documento propone la regulación de una estructura de carrera funcionarial basada en la obtención de méritos, así como las condiciones en las que los profesores o investigadores funcionarios universitarios podrán participar en la gestión y explotación de los resultados de su investigación. Sin embargo, los problemas de los profesores españoles no se limitan, ni mucho menos, al funcionariado. De hecho, la situación es peor entre quienes aún no han logrado ser funcionario. Muchos de ellos trabajan desde hace años bajo la promesa de que, algún día, tendrán plaza fija. Pero el camino es largo y tormentoso, y algunos ni siquiera tienen contrato y trabajan bajo la condición de autónomos. De ellos, poco o nada se ocupará el nuevo Estatuto. En la Complutense, por ejemplo, algunos de estos aspirantes al funcionariado se agrupan bajo las siglas Acpele (Asociación Complutense de Profesores de Español como Lengua Extranjera). Su directora, Beatriz del Valle, asegura que su situación se prolonga ya más de 20 años. «Como la Universidad no puede hacer contratos fuera de las figuras docentes que marca la ley, en 2003 les obligaron a darse de alta como trabajadores autónomos, lo cual no sólo incurre en fraude de ley, sino que, además, de esta manera no se asume la relación laboral con la Universidad Complutense, no se cotiza a la Seguridad Social y no se reconoce la docencia», lamenta Del Valle. ANTIGÜEDAD. Con la creación de un nuevo Centro de Español que empezará a funcionar en enero, los miembros de Acpele han visto cumplida su primera reivindicación, y podrán acceder a un contrato. «Ahora nos preocupa que el compromiso de la Universidad se haga real y se concrete en el reconocimiento de la antigüedad. Sabemos que están en ello, aunque aún no conocemos cuáles van a ser las condiciones de trabajo ni si se nos va a respetar el sueldo». En cualquier caso, las malas condiciones salariales son un cáncer extendido por todo el sistema universitario español y no se avista una solución a corto plazo. Tal y como apunta el economista y sociólogo Miguel Cancio, «casi el 50% del personal docente e investigador gana entre 1.000 y 1.800 euros netos al mes. Y los que ganan 1800 euros netos al mes lo hacen después de más de 30 años de experiencia y de haber publicado numerosos libros y artículos científicos». En claro contraste, un profesor holandés cobraría alrededor del doble que uno español de su mismo nivel. FALTA DE AYUDAS. Algunos docentes incluso deben pagar de su bolsillo la herramienta con la que trabajan en el centro universitario: el ordenador. Las ayudas anuales de investigación para buena parte del profesorado son paupérrimas: a veces no llegan a 70 euros anuales. La figura del profesor asociado también es motivo de quejas por parte de jóvenes docentes que, con un sueldo mensual que no alcanza los 500 euros en algunos casos, no ven reconocida su labor. «La trampa es que los profesores asociados son, se supone, plazas destinadas a funcionarios de reconocido prestigio que colaboran con la Universidad. Pero en universidades pequeñas se basan en esta figura para contratar profesores, normalmente recién licenciados, que están haciendo el trabajo y las horas de un profesor titular», lamenta una docente que prefiere no revelar su nombre. Con un sistema piramidal, clientelar y funcionarial, estos problemas tienden a enquistarse. Los catedráticos y titulares tienden a quedarse con las asignaturas más sencillas y con menos alumnos. CONTRACORRIENTE. Los contratados, por contra, tienen que hacer frente calses de 300, 400 o 500 estudiantes en disciplinas más complicadas. Y, lo que es peor, no hay crítica posible: cada dos años renuevan los contratos de los docentes asociados, ayudantes o colaboradores, con lo que peligran los inestables puestos de aquéllos que osan nadar contracorriente. «Eso te obliga a ser un pelota servil con los catedráticos, que siempre se guardarán de que nadie les quite sus privilegios», dice Cancio, que pone el broche: «El sistema universitario español es como un sarcófago de tercera donde yace el conocimiento». FUGA DE CEREBROS. Quizás a ello se deba el conocido fenómeno de la fuga de cerebros. No sólo los bajos salarios, sino también las malas condiciones, las relaciones con el resto del personal y la falta de reconocimiento social influyen para que alguien decida abandonar su país y probar mejor fortuna en otros destinos. «Las malas condiciones de trabajo del personal docente e investigador en España, que en bastantes casos adquieren ribetes feudales y donde el director o jefe se convierte en una especie de amo o señor feudal, hace, entre otras cosas, que bastantes diplomados, licenciados y doctores después de haberse formado en España se vean obligados a emigrar a otros países donde son mucho mejor tratados tanto en lo relativo a los salarios y al ambiente laboral», señala Cancio. CLASES RUTINARIAS. Aunque el éxodo de profesionales de prestigio tal vez no sea el mayor mal de la Universidad española. Algunos expertos también muestran su preocupación por la baja calidad de los que sí se quedan entre nosotros. Según la desoladora descripción del profesor Sosa Wagner, «las clases son rutinarias y se imparten saberes elementales. Los mejores profesores escriben y publican -cosas originales o refritos, este ya es otro cantar-. Otros muchos se dedican a la aburridísima gestión universitaria. Pocos, muy pocos trabajan directamente con el alumno». |